miércoles, 14 de marzo de 2018

CREO EN LA VIDA FUTURA.


En esta última sesión estudiaremos el artículo final de nuestro credo: ¡la vida futura! Por esa razón la veremos en tres contenidos:
EL INFIERNO.
La felicidad máxima del hombre se concreta cuando este está frente a frente con su creador. En el relato del génesis antes de la caída del hombre esta realidad era palpable; el hombre vivía feliz al poder estar en comunión con Dios. Por la desobediencia, producto de la mentira el demonio influyo en el poder de decisión del que el hombre gozaba. Entra así la mancha del pecado creando un alejamiento del hombre con Dios. Mientras más nos alejamos de Él más desdichados somos de allí la importancia de entender que el Infierno consiste en perder para siempre esa comunión con Dios.
“Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3, 15). El Señor nos advierte que estaremos separados de El sí omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa estar separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno” (CIC 1033)
Tal vez para muchos cristianos la palabra infierno no produce en ellos ningún efecto más allá de la incredulidad pues solo ven a Dios como Padre misericordioso incapaz de condenar a alguien, pero, en la clase pasada sobre el juicio aclaramos que no es Dios quien condena sino el hombre que se condena así mismo.
La concepción de una condenación eterna que se formó en el judaísmo de los dos últimos siglos antes del cristianismo está firmemente arraigada en Jesús (; Mt 25, 41; 5, 29 par; 13, 42-50; ; 22, 13; 18, 8 par; 5, 22; 18, 9; 8, 12; 24, 51; 25, 30; Lc 13, 28) como en los escritos apostólicos (2Tes 1, 9; 2Tes 2, 10; 1Tes 5,3; Rom 9, 22; Flp 3, 19; 1 Cor 1, 18; 2 Cor 2, 15; 1 Tim 6, 9; Ap 14, 10: 19, 20; 20 10-15; 21, 8) en este sentido el dogma esta sobre terreno firme cuando se habla del infierno y de la eternidad de sus penas.
Jesús habla frecuentemente de la “genhena” y del “fuego que nunca se apaga” (cf Mt 5, 22-29; Mc 9, 43-48). Reservado a los que, hasta el fin de sus vidas se rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder alma y cuerpo (cf Mt 10, 28).
La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia en el infierno y su eternidad.
EL PURGATORIO.
La doctrina católica sobre el purgatorio adquirió su definitiva concreción eclesiástica en los dos concilios medievales que intentaron rehacer la unión con las iglesias orientales. La doctrina se volvió a formular en el concilio de Trento, al rechazar los movimientos reformadores. Lo dio deja entrever el lugar histórico de la doctrina y su problemática ecuménica.
El Nuevo Testamento no desarrollo totalmente la cuestión de la “situación intermedia” entre muerte y resurrección, sino que la dejo abierta, situación que pudo aclararse poco a poco con el desarrollo de la antropología cristiana y su relación con la cristología.
Las primeras raíces de la doctrina sobre el purgatorio, y lo mismo se diga de toda la cuestión referente a la situación intermedia, nos remite al ámbito del judaísmo primitivo: 2 Mac 12, 32-46 (siglo I a. C) se relata el hallazgo de amuletos paganos en el cuerpo de los caídos judíos. Su muerte se interpretó como castigo por el apartamiento de la Ley. El relato nos dice que se tuvieron preces cultuales por los caídos, volviéndose a la <oración para pedir que el pecado cometido fuera totalmente borrado>. Además, se ofreciera en Jerusalén un sacrificio expiatorio. El autor alaba ese modo de proceder como expresión de la fe en la resurrección de los muertos.
En el nuevo testamento específicamente en Mt 5, 26: encontramos un pasaje donde Jesús dice al hombre que se ponga de acuerdo con su querellante cuando todavía van de camino al juez, porque, de lo contrario te echarán a < la cárcel. Te lo aseguro: no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo> (Mt 5, 26).
En 1 Cor 3, 10-15 aparece la idea del fuego como consecuencia del juicio para Clemente esta cita nos instruye que el fuego tiene función de castigo, pero también de educación ya que el fuego no destruye completamente; “se salvará como quien escapa del fuego” (1 Cor #, 15).
Por ultimo podemos citar a Jesús en su discurso escatológico de Mateo que hay un pecado que no será perdonado: “ni en el presente ni en el futuro” (Mt 13, 32).
“Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguro de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (CIC 1030).
EL CIELO.
Del término “cielo”, que refleja del modo natural la fuerza simbólica del “arriba”, de la altura, se sirve la tradición cristiana para expresar la plenitud definitiva de la existencia humana gracias al amor consumado hacía el que se encamina la fe; esa plenitud no es para el cristiano simple música de futuro, sino que es pura representación de lo que ocurre en el encuentro con Cristo y está ya presente de modo fundamental encuentro a sus componentes esenciales. Por eso, hablar de “cielo” no significa perderse en fantasías exaltadas sino conocer con más profundidad la oculta presencia que nos hace vivir de verdad y que, sin embargo, continuamente dejamos que nos la tape lo aparente, apartándonos de ella.
Por consiguiente, el cielo es algo primariamente cristológico. No es un lugar a histórico “al que” se llega. El hecho de que haya “cielo”, se debe a que Jesucristo existe como Dios hombre y ha dado al ser humano un lugar en el ser mismo de Dios. El hombre está en el cielo cuando y en la medida en que se encuentra con Cristo, con lo que halla en el lugar de su ser como hombre en el ser de Dios, así que cielo es primariamente una realidad personal que llega para siempre la impronta de su origen histórico en el misterio pascual de muerte y resurrección. De este centro cristológico se pueden deducir todos los demás componentes del cielo mencionados en la tradición. En primer lugar, uno de tipo teológico: el Cristo glorificado se halla en la permanente entrega al Padre y hasta es esta entrega. El sacrificio pascual es en Él presencia permanente. Por tanto, el cielo en cuanto uno con Cristo tiene el carácter de adoración. En él llega a su plenitud el sentido implicado en todo culto: Cristo es el templo escatológico (Jn 2,19), el cielo es la nueva Jerusalen, el lugar donde se rinde culto a Dios. El movimiento de la humanidad unida a Cristo en camino hacia el Padre encuentra su respuesta en el movimiento contra puesto del amor de Dios regalado al hombre. De modo que el culto en su plenitud celestial implica la inseparable inmediatez entre Dios y hombre, inmediatez que la tradición teológica llama visión de Dios.
Pero el enunciado cristológico implica también un aspecto eclesiológico: si el cielo se basa en el existir en Cristo, entonces implica igualmente el estar con todos aquellos que en conjunto forman el único cuerpo de Cristo. En el cielo no cabe aislamiento alguno. Es la comunión abierta de los santos y, de ese modo, también la plenitud de todo coexistir humano, plenitud que es consecuencia de la pura apertura al rostro de Dios, y no concurrencia hacia ella
“nuestra profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es el primero y el ultimo (Is 44, 6) el Principio y el Fin de todo. El credo comienza por Dios Padre porque el Padre es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro símbolo se inicia con la creación del cielo y de la tierra ya que la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios (CIC 198)

ACTIVIDAD.
Explique en que consiste el infierno, el purgatorio y, el cielo.

martes, 6 de marzo de 2018

RETORNO DE CRISTO Y EL JUICIO FINAL



La cuestión referente a la relación entre la venida de Cristo y nuestro tiempo se refleja en el problema sobre los signos del final; es una pregunta que se está dando siempre de una manera nueva en la cristiandad desde los tiempos de los primeros discípulos de Jesús, partiendo de las cuestiones análogas que se planteaban en la apocalíptica judía. En una primera lectura del Nuevo Testamento tiene que sacarse la impresión de que se contraponen dos posiciones distintas.
Por una parte está el rechazo enérgico de la cuestión sobre los signos: el retorno de Cristo es incompatible con el tiempo de la historia, con las leyes que obedece su propio curso como tal, así que esa venida jamás se podrá conjeturar de la forma que sea a partir de la historia misma. Así que en la historia misma no se puede datar su parusía. Respecto de la cuestión de los “signos” y la referente a cualquier intento de descripción de la venida de Cristo la única respuesta puede consistir, pues, en rechazar la pregunta, sustituyéndolo por esta llamada: “Lo que a vosotros estoy diciendo, a todos se lo digo: velad”(Mc 13,37) El modo que el hombre tiene de corresponder a la relación especial del Resucitado con el tiempo de este mundo no es hacer filosofía o teología de la historia , sino “estar alerta
Pero, por otra parte, parece que a esto se contrapone una corriente tradicional bastante fuerte, que indudablemente habla de signos que denotan el retorno de Cristo. Únicamente el misterio humano y divino de Jesucristo, tal y como lo definió el Concilio de Macedonia, es el que permite entender la íntima unidad de ambas líneas y la razón específica de cada una de ellas: en Jesucristo obra Dios como Dios de un modo inmediatamente divino y en él actúa Dios como hombre en una medición histórica.
Lo que se quiere decir es que Cristo es la plenitud de todo lo real, plenitud incompatible con el curso temporal del mundo y la historia, representado, con todo, igualmente el final cronológico de ese tiempo. Así que su venida es, al mismo tiempo, la exclusiva acción de Dios para lo que no hay correspondencias históricas y a la que no puede alcanzar ninguna periodización de la historia. Pero esa venida representa también la liberación del hombre, que no se da gracias al hombre pero tampoco sin su propia contribución, por lo que ciertamente no se puede calcular la llegad de esa liberación, aunque permite ver signos de ella.
En el discurso escatológico de Marcos 13 aparecen como señales precursoras de la cercanía del fin la aparición de pseudomesías, guerras por todo el mundo, terremotos y hambre, persecución de cristianos, la “abominación de la desolación” en el lugar santo.
En los demás escritos del Nuevo Testamento se encuentran más concretizados algunos de estos signos. Se destaca, por ejemplo ante todo, la figura del anticristo, en primer lugar sin que se emplee todavía el término en 2Tes 2,3-10. La misma tendencia adquiere mayor fuerza en 1Jn 2,18-22 y 2Jn 7 donde aparece el término anticristo. En ambos textos se califica del anticristo a los actuales herejes cristológicos de los que se saca la consecuencia de que esta es la última hora, que precisamente por eso pierde su contenido cronológico, convirtiéndose en expresión de una determinada interpretación espiritual, de una concreta proximidad interna respecto del fin.

El retorno de Cristo

Solo por medio de imágenes se puede describir en su propia esencia la llegada del Señor. En orden a esa presentación, el Nuevo Testamento tomó el material al respecto de lo que el Antiguo Testamento dice sobre el día de Yahvé, resulta, pues, claro, que el día de Yahvé es, en concreto, el día de Jesucristo. Pero también la liturgia veterotestamentaria habla y piensa cósmicamente. Por ejemplo, el “clamor”, uno de los términos clave de toda descripción escatológica (Mt 25,1 ss) …los elementos del mundo (Gal 4,3. 9; Col 2,8.20), referidos a la actual situación de los cristianos; escatológicamente (Mt 24,29-31; 2Pe 3,10, etc.)

El juicio

Lo mismo que ocurre con el retorno de Cristo, así escapa también el juicio a nuestros intentos por imaginárnoslo. El núcleo de lo que con esto se quiere decir, se descubre, ante todo, cuando preguntamos quien es para la biblia el sujeto de juicio. A primera vista la respuesta no parece que sea única. Como juez se menciona en primer lugar, a Dios (2Tes 1, 5; 1Cor 5, 13; Rom 2, 3 ss; 3, 6; 4, 10; cf. También Mt 25, 31-46; 7, 22s; 3, 36-43; Lc 3, 25-27; 1Tes 4,6; 1Cor 4,4s: 11, 32; 2Cor 5,10); finalmente en Mt 19, 28 se les dice a los doce que, la “regeneración”, ellos se sentarán, sobre doce tronos y juzgarán a las doce tribus de Israel.
En Juan el juicio se ha trasladado al presente de esta vida, de esta historia nuestra; ese juicio tiene lugar ya en la decisión que se toma por la fe o por la incredulidad (Jn 3,17s; 9, 3 9; 2, 47s). Esto no quiere decir que se suprima, sin más el juicio final, pero sí que se le dé una nueva relación con la cristología. De Cristo se dice: “Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por su medio” (Jn 3, 17) … “no he venido a condenar al mundo sino a salvarlo” (Jn 12, 47). “El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene ya quien lo condene: la palabra que yo he anunciado, ésa lo condenará en el último día” (Jn 12, 48). La distinción que se hace entre la actividad propia de Cristo y el efecto de su palabra permite aquí una purificación definitiva de la cristología y el concepto de Dios. Cristo no condena a nadie, Él es pura salvación y quien se encuentre en Él se haya en el lugar de la liberación y la salvación. La perdición no la impone Cristo, sino que se da donde el hombre se ha quedado lejos de Él; la perdición se da en la permanencia en lo propio. La palabra de Cristo, como oferta de salvación, pondrá de manifiesto que fue el condenado el que puso la frontera y se separó de la salvación.
Con su muerte el hombre sale a la realidad y verdad manifiestas. Toma posesión del lugar que de verdad le corresponde. Ha pasado la máscara de la vida; ya no hay lugar para esconderse tras posturas y ficciones. El hombre es en verdad lo que es. El juicio consiste en l caída de las máscaras que implica la muerte. El juicio es sencillamente la verdad misma, su revelación. Esta verdad por supuesto que no es algo neutro. Dios es la verdad, la verdad es Dios, es “persona”. Una verdad juzgadora, definitiva, solo puede darse si tiene carácter divino. Dios es juez en la medida que es la verdad misma. Pero Dios es la verdad para el hombre en lo que se ha hecho hombre, en quien Él mismo es la medida del hombre. Así que Dios es la medida de la verdad en y por Cristo.

Actividad:
·         Lea los numerales desde el 1846 al 1851 del Catecismo de la Iglesia Católica y haga una breve síntesis.
·         Explique brevemente en que consiste el juicio final.