En
esta última sesión estudiaremos el artículo final de nuestro credo: ¡la vida
futura! Por esa razón la veremos en tres contenidos:
EL
INFIERNO.
La
felicidad máxima del hombre se concreta cuando este está frente a frente con su
creador. En el relato del génesis antes de la caída del hombre esta realidad
era palpable; el hombre vivía feliz al poder estar en comunión con Dios. Por la
desobediencia, producto de la mentira el demonio influyo en el poder de
decisión del que el hombre gozaba. Entra así la mancha del pecado creando un
alejamiento del hombre con Dios. Mientras más nos alejamos de Él más
desdichados somos de allí la importancia de entender que el Infierno consiste
en perder para siempre esa comunión con Dios.
“Salvo
que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no
podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o
contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que
aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida
eterna permanente en él” (1 Jn 3, 15). El Señor nos advierte que estaremos
separados de El sí omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de
los pequeños que son sus hermanos (cf Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin
estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa estar
separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado
de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados
es lo que se designa con la palabra “infierno” (CIC 1033)
Tal
vez para muchos cristianos la palabra infierno no produce en ellos ningún
efecto más allá de la incredulidad pues solo ven a Dios como Padre
misericordioso incapaz de condenar a alguien, pero, en la clase pasada sobre el
juicio aclaramos que no es Dios quien condena sino el hombre que se condena así
mismo.
La
concepción de una condenación eterna que se formó en el judaísmo de los dos
últimos siglos antes del cristianismo está firmemente arraigada en Jesús (; Mt
25, 41; 5, 29 par; 13, 42-50; ; 22, 13; 18, 8 par; 5, 22; 18, 9; 8, 12; 24, 51;
25, 30; Lc 13, 28) como en los escritos apostólicos (2Tes 1, 9; 2Tes 2, 10;
1Tes 5,3; Rom 9, 22; Flp 3, 19; 1 Cor 1, 18; 2 Cor 2, 15; 1 Tim 6, 9; Ap 14,
10: 19, 20; 20 10-15; 21, 8) en este sentido el dogma esta sobre terreno firme
cuando se habla del infierno y de la eternidad de sus penas.
Jesús
habla frecuentemente de la “genhena” y del “fuego que nunca se apaga” (cf Mt 5,
22-29; Mc 9, 43-48). Reservado a los que, hasta el fin de sus vidas se rehúsan
creer y convertirse, y donde se puede perder alma y cuerpo (cf Mt 10, 28).
La
enseñanza de la Iglesia afirma la existencia en el infierno y su eternidad.
EL PURGATORIO.
La
doctrina católica sobre el purgatorio adquirió su definitiva concreción
eclesiástica en los dos concilios medievales que intentaron rehacer la unión
con las iglesias orientales. La doctrina se volvió a formular en el concilio de
Trento, al rechazar los movimientos reformadores. Lo dio deja entrever el lugar
histórico de la doctrina y su problemática ecuménica.
El
Nuevo Testamento no desarrollo totalmente la cuestión de la “situación
intermedia” entre muerte y resurrección, sino que la dejo abierta, situación
que pudo aclararse poco a poco con el desarrollo de la antropología cristiana y
su relación con la cristología.
Las
primeras raíces de la doctrina sobre el purgatorio, y lo mismo se diga de toda
la cuestión referente a la situación intermedia, nos remite al ámbito del
judaísmo primitivo: 2 Mac 12, 32-46 (siglo I a. C) se relata el hallazgo de
amuletos paganos en el cuerpo de los caídos judíos. Su muerte se interpretó
como castigo por el apartamiento de la Ley. El relato nos dice que se tuvieron
preces cultuales por los caídos, volviéndose a la <oración para pedir que el
pecado cometido fuera totalmente borrado>. Además, se ofreciera en Jerusalén
un sacrificio expiatorio. El autor alaba ese modo de proceder como expresión de
la fe en la resurrección de los muertos.
En
el nuevo testamento específicamente en Mt 5, 26: encontramos un pasaje donde
Jesús dice al hombre que se ponga de acuerdo con su querellante cuando todavía
van de camino al juez, porque, de lo contrario te echarán a < la cárcel. Te
lo aseguro: no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo> (Mt 5,
26).
En
1 Cor 3, 10-15 aparece la idea del fuego como consecuencia del juicio para
Clemente esta cita nos instruye que el fuego tiene función de castigo, pero
también de educación ya que el fuego no destruye completamente; “se salvará como
quien escapa del fuego” (1 Cor #, 15).
Por
ultimo podemos citar a Jesús en su discurso escatológico de Mateo que hay un
pecado que no será perdonado: “ni en el presente ni en el futuro” (Mt 13, 32).
“Los
que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados,
aunque están seguro de su eterna salvación, sufren después de su muerte una
purificación a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría
del cielo” (CIC 1030).
EL CIELO.
Del
término “cielo”, que refleja del modo natural la fuerza simbólica del “arriba”,
de la altura, se sirve la tradición cristiana para expresar la plenitud
definitiva de la existencia humana gracias al amor consumado hacía el que se
encamina la fe; esa plenitud no es para el cristiano simple música de futuro,
sino que es pura representación de lo que ocurre en el encuentro con Cristo y
está ya presente de modo fundamental encuentro a sus componentes esenciales. Por
eso, hablar de “cielo” no significa perderse en fantasías exaltadas sino conocer
con más profundidad la oculta presencia que nos hace vivir de verdad y que, sin
embargo, continuamente dejamos que nos la tape lo aparente, apartándonos de
ella.
Por
consiguiente, el cielo es algo primariamente cristológico. No es un lugar a
histórico “al que” se llega. El hecho de que haya “cielo”, se debe a que
Jesucristo existe como Dios hombre y ha dado al ser humano un lugar en el ser
mismo de Dios. El hombre está en el cielo cuando y en la medida en que se
encuentra con Cristo, con lo que halla en el lugar de su ser como hombre en el
ser de Dios, así que cielo es primariamente una realidad personal que llega
para siempre la impronta de su origen histórico en el misterio pascual de
muerte y resurrección. De este centro cristológico se pueden deducir todos los
demás componentes del cielo mencionados en la tradición. En primer lugar, uno
de tipo teológico: el Cristo glorificado se halla en la permanente entrega al
Padre y hasta es esta entrega. El sacrificio pascual es en Él presencia
permanente. Por tanto, el cielo en cuanto uno con Cristo tiene el carácter de
adoración. En él llega a su plenitud el sentido implicado en todo culto: Cristo
es el templo escatológico (Jn 2,19), el cielo es la nueva Jerusalen, el lugar
donde se rinde culto a Dios. El movimiento de la humanidad unida a Cristo en
camino hacia el Padre encuentra su respuesta en el movimiento contra puesto del
amor de Dios regalado al hombre. De modo que el culto en su plenitud celestial
implica la inseparable inmediatez entre Dios y hombre, inmediatez que la
tradición teológica llama visión de Dios.
Pero
el enunciado cristológico implica también un aspecto eclesiológico: si el cielo
se basa en el existir en Cristo, entonces implica igualmente el estar con todos
aquellos que en conjunto forman el único cuerpo de Cristo. En el cielo no cabe
aislamiento alguno. Es la comunión abierta de los santos y, de ese modo,
también la plenitud de todo coexistir humano, plenitud que es consecuencia de
la pura apertura al rostro de Dios, y no concurrencia hacia ella
“nuestra
profesión de fe comienza por Dios, porque Dios es el primero y el ultimo (Is
44, 6) el Principio y el Fin de todo. El credo comienza por Dios Padre porque
el Padre es la Primera Persona Divina de la Santísima Trinidad; nuestro símbolo
se inicia con la creación del cielo y de la tierra ya que la creación es el
comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios (CIC 198)
ACTIVIDAD.
Explique
en que consiste el infierno, el purgatorio y, el cielo.